Es un misterio por qué solo me quedé tres días en Málaga, la feria duró una semana. No podría ser por la hermosa plaza de toros, adornada con guirnaldas, ni por el espectáculo encantador de esos valientes hombres con sus coloridos trajes. Debío ser que la riqueza de Granada me llamaba, la antigua ciudad de Boabdil, el último sultán Nasrid de Al-Andalus. Su palacio me esperaba. 

Después de un viaje corto en tren llegué a Granada y comencé a explorar la ciudad y, como si me hubiese atraído un imán invisible, pronto llegué a la plaza de toros. En sus paredes había un cartel para la próxima corrida dominical, así que caminé hacia la taquilla y unos minutos después me guardé mi entrada para el festejo en el bolsillo.

Llegó el domingo. Para no perder un minuto, me encontré dentro de la plaza en el momento en que se abrió, esperando ansiosamente que comenzara el espectáculo. Quince minutos antes de la hora, la fila de asientos delante de mí comenzó a llenarse de gente que bajó de un autobús de turistas italianos que dejaron claro que ésta era su primera corrida de toros. Les miré con cierto desprecio, porque después de todo, yo ya había visto cuatro festejos.

El portón de cuadrillas se abrió y aparecieron los toreros en el ruedo. En el segundo toque del clarín, una bestia de color marrón y amarillo entraba en el anillo tropezando sobre sus propias patas. El animal se parecía más a un cachorro juguetón de un Gran Danés que a un toro de lidia. Con todo, los tres jóvenes actuantes todavía tenían que aprender el oficio. Y que después de citar con sus capotes al becerro indómito, entraron los banderilleros para clavar sus palos de colores. Cuando comenzó a fluir la primera sangre del morillo del astado, uno tras otro, los italianos se desmayaron. En cámara lenta, como si fueran parte de un juego de dominó. Los hombres de la Cruz Roja, que rápidamente entraron en el lugar, sacaron a varios de los turistas del tendido, con lo que mejoró mi visión del espectáculo. Después de desalojar a más de la mitad de los italianos, la paz y la calma regresó a los tendidos.

Durante más de cuatro décadas, creí que lo que vi en Granada era una novillada sin picadores. Siempre me arrepentí de no haber cogido un cartel de mano o de no haber tenido más cuidado de anotar los nombres de los toreros, ya que cada detalle de esa tarde se había desvanecido de mi memoria. 

Resultó que estaba muy equivocado y recientemente, con la ayuda de la Oficina de Turismo de Granada y de don Francisco Martínez Perea, el entonces crítico taurino del diario El Ideal, pude reconstruir aquella tarde olvidada. 

La fecha fue el domingo 7 de agosto de 1977 y esto es lo que realmente sucedió: El cartel anunció una novillada picada mixta (‘la primera novillada estival pro afición’). Se recorrieron cinco novillos de la ganadería La Sacristana de Cádiz. El primero fue despachado por el rejoneador granadino Miguel Carvajal. Sin duda, la colocación de su rejón de muerte propició el abandono del tendido de la mayoría de los turistas italianos. El presidente le otorgó una oreja que el jinete paseó en una triunfal vuelta al ruedo. A él siguieron dos novilleros locales: Abelardo López El Marqués y Manuel Maldonado El Nonillo. Ambos torearon dos novillos pero regresaron a sus pueblos con las manos vacías. 

Ahora ya sabía a quién había visto esa tarde, estaba ansioso por recuperarlos de la oscuridad. Resultó que el rejoneador Carvajal ya tenía una carrera cuando le vi por primera vez, aunque sobre todo actuó en plazas de toros pequeñas y, a menudo, en festivales o eventos mixtos con matadores o novilleros. Nunca llegó a Madrid. El Marqués cambió su apodo por el de Abelardo Granada. Tomó la alternativa en 1983 en Valdemorillo y la confirmó en 1985. Tras jubilarse se convirtió en empresario, se trasladó a Madrid y, hasta el día de hoy, se mantiene muy apegado al mundo del toro. 

De José Manuel Maldonado sé muy poco. Buscando en la web me enteré de que Nonillo era de Armilla, un barrio de Granada. Parece que nunca se subió a los rangos de matador de toros porque todavía era novillero en 1980 cuando actuó en una corrida mixta en la pequeña plaza de toros de Martos, un pueblo al suroeste de Jaén. Un año después resultó cogido por una becerra en un tentadero en la ganadería de Paloma Pastor en el término de Vilches. Después de 1983 no se encuentra ni un rastro de José Manuel Maldonado Nonillo. Pero al menos, y gracias a don Francisco y los archivos de El Ideal y La Hoja de Lunes, los espacios en blanco en mi memoria taurina se habían llenado. Pero por alguna razón no puedo sacar de mi mente ese cachorro juguetón de un Gran Danés de color ocre. Estoy seguro de que lo vi.

Cronica y Fotografia de Pieter Hildering