1. “Espéreme un minuto”, dijo la mujer. Estábamos fuera del bar San Remo en la calle Játiva, frente a la plaza de toros de Valencia y una hora antes de empezar la primera novillada de la miniferia de octubre.
“Tengo que llamar alguién.”
Era la época antes de los móviles y del euro, y la mayoría de los bares había teléfonos públicos. Este era uno. Sacó una moneda de 25 pesetas y para mi sorpresa, lo dejó caer en una máquina de juego situada en la barra, al lado del teléfono. Apretó algunos botones que hicieron girar las ruedas que pararon abruptamente con un clic clic clic, y acompañado por el sonido de una melodía electrónica, escupió 100 pesetas en cuatro monedas.
“¿Por qué has hecho eso?”, le pregunté.
“No tenía suelto para hacer la llamada”, me respondió.
…
2. “No me mates con tomate, mátame con bacalao.”
“No lo pongas en remojo, que a mí me gusta salao.”
Son las primeras líneas de la canción de los ‘Amigos del Bacalao’, que se oía cada noche del primer viernes del mes, en la sede de ‘Tinto y Oro’ cuando los socios se reunían para apoyar su lealtad al pez sagrado. En la carta nunca hubo chuletas de cordero o entrecot, ¡éstas noches eran estrictamente bacalao! En sus reuniones los socios cenaban bacalao, cocinado por uno de ellos y cada cena tenía que ser diferente de la anterior. Para mi bautismo de bacalao, me sirvieron Bacalao Trinidad sobre una base de pasta de tomates, pequeños pimientos rojos y ajo, frito en aceite puro y servido con una ensalada verde. Hubo café con tarta de chocolate de postre y cubatas.
…
3. El loco siempre entró en la plaza después del segundo toro. Antes de sentarse en los escalones, se estiró perezosamente, hasta que los acomodadores le ordenaron que se fuera. Entonces buscó una localidad vacía en las gradas, extendió un periódico y se sentó.
“¡Matalini!” gritaba en pleno éxtasis puro. “¡Matalini!”
Todavía no sé quién es Matalini.
Cronica y Fotografia de Pieter Hildering