Enrique Amat, Valencia
El cartel estrella de la feria, y con un lleno absoluto en la plaza. Cartel de no hay billetes desde hacía días con la presencia de Roca Rey acompañado de dos toreros de excelente corte. Y en liza, un encierro de Victoriano del Río. Que visto lo visto en otros festejos, es de las pocas ganaderías que en la actualidad ha sabido conseguir un sabio equilibrio entre la nobleza y la bravura. Toros buenos para el torero, pero no exentos de interés para el aficionado. Receta que no es fácil.
Oiga, pues mucho ruido y pocas nueces. Al final no hubo ni creación del mundo, ni magia, ni bravura, ni toreo. Digan lo que quieran decir unos y otros. Tarde de purgatorio en la que no hubo ni Genesis de Apocalipsis. Luego dirán lo que quieran. Pero al final, apenas un toro de seis, y una faena del ídolo de turno, sobrada y suficiente, pero poco más. Bueno, si la gente se fue a la calle con el triunfo y su ración de ídolos, y eso sirve para que vuelvan otra vez a la plaza, bienvenido sea.
Con todo, los astados de Victoriano del Río, desiguales de presencia y déficiente juego, apenas dijeron nada. O muy poco.
Con volumen, aunque escaso de fondo el primero, ante el que la cuadrilla de Emilio de Justo dio un sainete de órdago a la grande. Andarin, gazapón, y sin entrega, no sirvió. El castaño segundo apareció de los corrales abanto, distraído y a su aire. Se salió suelto y se repuchó en varas. En la muleta fue y vino, muy obligado por su matador, pero escaso de celo y de poder. Rajado y a su aire. Se dejó pegar en su primer encuentro con las plazas montadas al tercero. Embistió con algo más de prontitud. Fue y vino y repetió, algo rebrincado. Manejable, pero falto de casi todo.
Más cuajo y amplitud tuvo el burraco cuarto, que se durmió en el peto, empujando por un solo pitón. Tomó las telas con prontitud, fijeza y el suficiente celo. Pero fue a menos.
Muy terciado y protestado el quinto, al que escasamente se castigó en varas. Se derrumbó en un quite. Los subalternos provocaron su devolución con una actitud poco digna, descarándose con el palco y esperando que sacase el pañuelo verde. Y el presidente tragó. El sobrero, con más volumen, abanto y desentendido, tomó un primer puyazo al relance y desentendido del que guardaba la puerta. Se salió suelto. Mansote y corretón, pésimamente lidiado, repitió las embestidas muy ayudados por su matador. Siempre claudicante. Aborregadito y tal. Y empujó en varas con un pitón el terciado sexto. Cortó en banderillas y se aplomó en la muleta.
Emilio de Justo no paso de las probaturas ante el que abrió plaza, en una labor en la no hizo sino intentarlo. Y consiguió una primera parte de faena rutilante, entonada, y expresiva ante el cuarto. Pero luego todo fue a menos y no acabó de tomar vuelo.
Roca Rey se puso muy cerca de los pitones en el platillo de la plaza, y obligó a su primer antagonista. Una labor en la que quiso más que pudo ante las nulas condiciones de su oponente.
Y se descaró fuera de las rayas ante el quinto, dejándole siempre la muleta puesta. Labor suficiente y autoritaria, en la que fue capaz de exprimir al toro y que despertó las pasiones de un complaciente público. Al final de una serie tiró la espada al ruedo, como si hubiera estado lidiando al toro Gerión. Sobró aquello. Mató de una estocada caída, y el peso del Ídolo levantó la pasión del público.
Pablo Aguado lanceó con vistosidad y torería al tercero. Luego se lució en dos quites. Naturalidad, compostura y gusto tuvo su apertura de faena. Luego, su faena anduvo por la línea de la compostura, pero también de la superficialidad y el escaso fondo. Mató de estocada rinconera. Y no se llegó a poner de verdad en ningún momento frente al cierra plaza.
Cronica de E. Amat
Fotografia de Mateo de Tauroimagenplus.com