Domingo, 5 de marzo de 2023. Plaza de toros de Bocairent. Cerca de media entrada en mañana soleada y agradable. Astados de Valdelapeña, muy bien presentados y de buen juego en general. Al segundo, de nombre Soleá, se le dio la vuelta al ruedo. Jorge Mallén, de la escuela taurina de Huesca, oreja tras aviso. Raúl Caamaño, de Toledo, vuelta tras dos avisos. Álvaro Cerezos, de la escuela de tauromaquia de Valencia, oreja. Pedro Luis, de la escuela de Toledo, oreja tras dos avisos. Alejandro Chicharro, de  la escuela de Colmenar Viejo, oreja. Vicente Almagro, de la escuela de Castellón, oreja. Entre las cuadrillas destacó con los palos Bruno Gimeno, Alberto Donaire en la brega y con la puntilla Raúl Navarro. Presidió Mari Luz Pascual, concejala de cultura, asesorada por el aficionado Ximo Morales.

Enrique Amat, Bocairent 

Comenzó la temporada en la Comunidad Valenciana con una clase práctica con alumnos de las escuelas de tauromaquia. Y en una plaza como la de Bocairent, que el año pasado programó un total de ocho festejos.

Se trata del coso más antiguo de la Comunidad Valenciana, sobre el que se han hecho obras de reacondicionamiento y mejoras, y que vivió una bonita mañana de toros.

Lo cierto es que es un gusto comenzar una nueva temporada. Volver a ver a muchos aficionados, profesionales, amigos y tener el privilegio, gracias a las propinas de Dios, de estar un año más al pie del cañón.

El festejo comenzó a las once y media de la mañana, con entrada gratuita para los aficionados, que acudieron en un elevado número a los pétreos tendidos de la plaza bocairentina.

Los astados de Valdelapeña, propiedad del ganadero valenciano Ignacio Sáez Mansilla, afincado en tierras jienenses, y quien lidiaba por primera vez en público, lucieron una excelente presentación. Y luego su juego, variado y sobrado de matices, interesó y lo cierto es que fue ilusionante para su criador. Notable debut y un amplio crédito abierto para el futuro. Y una satisfacción para los aficionados valencianos esto de poder contar con un ganadero de la tierra.

Lustre y cuajo tenía el que abrió plaza, Camarero de nombre, que exhibió templanza desde los primeros compases de su lidia. Y volvió a exhibir esa templanza y una gran nobleza durante toda su lidia. Tuvo el lunar de su justas fuerzas y escaso poder. Pero interesó su buen fondo.

Más terciado, aunque muy rematado y con preciosas hechuras el segundo, que metió la cara con fijeza y tranco en el capote. Escarbó y tendió a pensárselo más de la cuenta en banderillas. Correteó suelto al inicio de faena, yéndose a la puerta de chiqueros. Luego se atemperó, y metió la cara humillando, repitiendo y con su punto de raza y calidad. Fue un ejemplar de excelente nota.

También estuvo muy bien presentado el tercero, que se vino de largo en banderillas. Luego, ante la muleta, fue y vino, repitiendo las embestidas, pero un tanto a su aire y sin acabar de entregarse. Con todo, resultó muy toreable.

El lustroso y castaño cuarto, gacho de pitones, quiso más que pudo. Algo claudicante y no sobrado de clase, se dejó sin más.

El castaño, bociblanco y ojinegro quinto, precioso de hechuras, todo un dije, metió la cara con transmisión y profundidad en el capote. Se dolió en banderillas y, justo es decirlo, muy ayudado por su matador, lució por sus largos viajes y no se acabó de salir suelto, que es lo que realmente le pedia el cuerpo. Pero la conjunción entre novillo y novillero resultó.

Y el cierra plaza, más vareado y algo cabezón, se salió suelto y huido en banderillas. Se desplazó, sin excesivo celo y saliendo del embroque con la cara siempre a media altura. Pero a su forma, sirvió, como se dice en la jerigonza de los taurinos.

El ganadero pasó la prueba con creces. Con este ilusionante resultado, Ignacio puede seguir trabajando con la misma afición y empeño. La siembra está hecha.

Jorge Mallén, de la escuela taurina de Huesca, se mostró como un torero placeado, enterado y con oficio. Conoce los rudimentos de la profesión, aunque luego se perdió en un trabajo de muy largo metraje, aunque no estuvo sobrado de mensaje. Se pegó un arrimón en el epílogo del trasteo y mató de una estocada tendida.

Raúl Caamaño, de la escuela de Toledo, cumplió con el capote y anduvo no más que cumplidor con los palos. En el tercio final tuvo la virtud de dejar siempre la muleta muy puesta a su antagonista, en un trabajo en el que sobresalió por su ligazón. Tuvo impronta y torería el final de la faena, que estuvo mal rematada con las armas toricidas. Pasó las de Caín y mató a la última.

Álvaro Cerezos, de la escuela de tauromaquia de Valencia, banderilleó con espectacularidad. Sobresalió en un ajustado par al violín. Fue aparatosamente volteado al colocar el tercer par. Con la muleta firmó un trabajo en el que destacó por sus apuntes de compostura y sello y una rutilante firma, en una labor de buen de expresión que no terminó de romper. Aunque falló a espadas, fue premiado con una merecida oreja.

Pedro Luis, de la escuela de Toledo, se justificó por su voluntad en un trasteo de gran firmeza y asentamiento de plantas, en el que se puso cerca de los pitones y no dejó de intentarlo en todo momento. Faena intensa y extensa, maciza y de excelente nivel. Mató de una estocada arriba, aunque luego se eternizó con el verduguillo. Pero se abrió un crédito.

Alejandro Chicharro, de la escuela de Colmenar Viejo, ya está a las puertas del debut con picadores y se nota. Se trata de un torero no puesto, puestísimo. Su labor tuvo templanza, poderío y sometimiento. Tiró de su oponente y lo llevó siempre muy cosido en los vuelos de la muleta. Sobrado y suficiente, muy en sazón. Mató con contundencia.

Vicente Almagro, de la escuela de Castellón, es hijo del banderillero Jose Vicente Almagro. No pudo lucir con los palos, pero luego la muleta tuvo la virtud de saber buscarle las vueltas a su oponente, con tanta frescura y lucidez como disposición. Cumplió con creces.

Cronica y fotografias de E. Amat