El novillero Jorge Martínez, lesionado en la novillada que toreó en Palos de la Frontera, causó baja en el festejo que se celebró ayer en la plaza castellonense de Vinarós. Le sustituyó el coletudo sevillano José Ruiz Muñoz, sobrino nieto del maestro Curro Romero. Lo cierto es que dieciséis meses después, tras el 8 de marzo de 2020, uno tenia la oportunidad de regresar a una plaza de toros. Volver a sentarse en un tendido. Ver a toreros vestidos de luces. Y al toro en la plaza. Tras este largo paréntesis, habrá que mirar al futuro con esperanza. Y alabar la apuesta de empresarios emprendedores como Gregorio de Jesús, quien ha tenido la valentía de tirar para adelante con una feria en Vinaròs. A diferencia de otros, que toman el olivo a las primeras de cambio. Gente joven, emprendedora y valiente es lo que hace falta para que la fiesta vuelva por donde solía.
Como ha quedado dicho, las circunstancias llevaron a que se presentase en Vinaroz un torero de dinastía. Anunciado como José Ruiz Muñoz, es ni más ni menos que sobrino de Curro Romero. Nuestro Curro güeno. Toda una referencia. Este José Ruiz Muñoz anduvo compuesto, pinturero y sobrado de oficio ante su rajado primero, en un trabajo suficiente y de buen aire. Y también apuntó detalles de gusto y personalidad ante el cuarto, en una labor que no terminó de coger vuelo y que no tuvo remate con las armas toricidas. Abrió plaza un ejemplar tardo, que no se entregó nunca, echando la cara arriba y sin emplearse. Tomó un buen puyazo y cortó y esperó mucho en banderillas. Luego en la muleta se medio dejó, pero sin humillar ni entregarse.
Mas terciado el segundo, que tuvo buen son y se desplazó con movilidad y fijeza, metiendo la cara por los dos pitones. Fue y vino algo desentendido, distraído y rajado y siempre protestón el tercero, en tanto que el cuarto, muy cuajado y rematado, con mucha culata, derribó en banderillas y llegó al tercio final aplomado, aunque pastueño y dejando estar.
Y el quinto, que también tuvo lustre, aunque sin clase, se desplazó por los dos pitones y sirvió a su matador. El ecuatoriano David Garzón se mostró como un torero enterado y con oficio. Ya talludito, y con amplia experiencia, muleteó con oficio y soltura a su primero, en una faena compuesta que tuvo comunicación con los tendidos. Mató de una eficaz media lagartijera. Toreó con templanza y cadencia con el capote ante el quinto, frente el que firmó un trabajo acompasado, expresivo y de buen concepto. Manejó con desacierto los aceros y perdió trofeos. Pero se le vio como un torero puesto y preparado para el salto al escalafón superior.
Jorge Rivera, alumno de la escuela taurina de Castellón, porfió con afanes y voluntad el complicado eral que lidió. Su trabajo, pleno de buenos deseos, no alcanzó relieve y acabó desbordado por su oponente.
Cronica: Enrique Amat
Fotografias: Héctor Esteve (Asociación Nacional de Fotógrafos Taurinos) y Enrique Amat