Enrique Ponce y El Fandi se llevaron una oreja cada uno pero de muy distinto peso.
Castellón, 26 de junio.
Tercera de feria.
Menos de media entrada dentro del aforo permitido.
Toros de Matilla, bien presentados y manejables en conjunto.
Enrique Ponce (de blanco y oro), oreja y ovación con aviso.
El Fandi (de malva y oro), oreja y ovación.
Paco Ureña (de plomo y oro), ovación y silencio con dos avisos.
cronica de Paco Delgado
Fotografias de . Mateo de Tauroimagenplus
Pasan los años, se suceden las temporadas y Enrique Ponce sigue demostrando tener el mismo afán y hambre de triunfos que cuando empezaba. Y la misma afición. No importa la condición del ganado, ni las circunstancias. El va a lo suyo y sigue dándolo todo tarde tras tarde.
Tuvo pujanza el desentendido y distraido primero, al que se le dieron muchos capotazos en los primeros tercios. Sobándole por bajo fue haciéndole Enrique Ponce, corrigiendo defectos y ahormándole para torear sin apreturas ni complicaciones en una faena fácil en la que brilló al torear en redondo.
Manseó el cuarto en varas y tuvo que tirar de ciencia lidiadora para meter en la muleta a un toro al que, incansable, acabó exprimiendo cuando parecía que ya no tenía un pase, perdiendo la puerta grande la pinchar más de la cuenta mientras la gente ovacionaba al saxofonista que durante toda la faena interpretó una extraordinaria versión de Concha flamenca.
Se lució El Fandi al recibir de capa al segundo, primero con dos largas y luego con unas muy ceñidas verónicas antes de dar paso a su ya habitual exhibición de facultades físicas en banderillas. En el último tercio sacó un trasteo bullidor y ecléctico, muy de cara a la gente hasta que el toro se rajó, teniendo que matar en la misma puerta de toriles.
De similar estructura fue su segundo turno, aunque ahora en el tercio de muerte estuvo más embarullado y no hubo conexión con el tendido.
Veroniqueó con manos muy bajas Ureña a su primero y fijó enseguida a la muleta a un toro hasta entonces un poco a su aire, toreando con empaque y hondura y sacando todo lo que tuvo su oponente que también acabó desentendido, fallando al final con el estoque.
Empujó en varas el sexto, encelándose en el peto. No quiso irse de vacío el de Lorca, que se presentaba en Castellón, y atacó pronto a un toro no tan claro como el resto y que se defendió, sin que la voluntariosa labor de Ureña remontase ni calase en la gente, matando, además, tarde y mal.