por Pieter Hildering

            El supuesto encuentro en 1942 del pintor holandés Willem Wagenaar y el matador cordobés Manolete y los dos retratos que resultaron de ese encuentro (de los que les hablé antes) me tenían ocupado. Más aún con el hallazgo de un dibujo, puesto a la venta por una galería de arte local. La Galería Marcel Gieling presentó un dibujo a lápiz de un torero de cuerpo entero vestido de luces. La información que acompañaba a la imagen decía: “Dibujo a Lápiz Manolete Famoso Torero Por Willem Wagenaar”, seguida de: “Hacia 1942, el pintor Willem Wagenaar debió lograr inmortalizar en papel al famoso matador Manolete”.

            Intrigado por la existencia de este dibujo, envié un correo a la galería: “¿Cómo sabes que el torero es Manolete?” A lo que llegó la respuesta: “Porque en la esquina superior derecha de este dibujo, invisible en la foto de la web, está escrito a lápiz ‘Manolete’. A juzgar por dos pequeños agujeros en la parte superior del dibujo, parece sacado de un cuaderno de bocetos. El dibujo proviene de la herencia de Wagenaar”. Apenas había superado mi emoción cuando el dueño de la galería me envió otro correo electrónico: “En mi archivo de Wagenaar encontré algunos estudios más de un torero. Te los enviare”

            La feria de Córdoba de 1942 estuvo compuesta por tres corridas y una tarde de divertimento familiar con El Bombero Torero, el ‘espectaculo-comico-musical y taurino’. Manuel Rodríguez, “Manolete” participó en las tres corridas. El 25 de mayo se enfrentó a toros de Tassara y recibió las dos orejas y el rabo de su primer toro y una oreja de su último toro. Al día siguiente la Viuda de Villamarta produjó los toros para Pepe Bienvenida, segundo brote de la abundante rama de la familia Bienvenida y Pepe Luis, el mayor de la dinastía sevillana Vázquez. Manolete no pudo repetir su gloriosa actuación del día anterior por la decepcionante calidad de los toros. Su tercera aparición en la feria de Córdoba fue el 27 de mayo. Una corrida de ocho toros y cuatro matadores. El corresponsal Francisco Quesada informó (por teléfono) a los lectores del diario ABC: “Siempre son pesadas las corridas de ocho toros, pero cuando sale por la puerta del toril igual número de mansos, se hacen insoportables. Y esto es lo que ha ocurrido en el tercer y último festejo de la Feria cordobesa. El ganado que envió el señor Conradi era desigual y manso y ante estas circunstancias fracasó el buen deseo de los toreros.”

            Los bocetos que me envió el galerista muestran un pase de ‘trincherazo’ –con la mano derecha–, un picador clavando su vara en el toro con dos toreros tratando de quitarlo y otro muestra un torero realizando una Verónica con su capote frente a un toro mientras un segundo torero vigila desde el burladero. En medio de estos tres bocetos el artista ha intentado visualizar un toro. Aunque un poco porcino, las cintas ondulantes de la divisa se ven clavadas a su lomo. (Si el artista hubiera llevado lápices de color a la plaza de toros, al menos podríamos haber podido determinar la ganadería, lo que nos habría dado la fecha exacta en que se ejecutaron estos dibujos). Sin embargo, algo nos dice sobre el evento. En la esquina bajo derecho, junto a una imagen detallada de una divisa, Wagenaar había dibujado una banderilla. Es decir, en términos taurinos, una banderilla de lujo, una banderilla profusamente decorada que sólo se utiliza en corridas especiales como las corridas de prensa o corridas con tres banderilleros-matadores. Me gustaría pensar que la corrida de ocho toros del 27 de mayo se marcó como un festejo especial. Pero ninguno de los cuatro toreros que aparecían (Manolete, los hermanos Pepe Luis y Manuel Vázquez y El Andaluz) colocó sus propias banderillas. Aún así, los banderilleros de sus cuadrillas podrían haber utilizado estos palos multicolores para darle un toque festivo a la tarde. Pero la corrida no tuvo éxito. De nuevo cito Francisco Quesada en el diario ABC: “En resumen: Una corrida de largo metraje insulsa de la que no quedará entre los aficionados ningún recuerdo grato.”

            Aunque no he podido desvelar la verdad sobre el artista y el torero, estoy feliz de haber descubierto al artista y haberles presentado una pequeña parte de su obra. Lo que también descubrí fue la fascinación que debió sentir el holandés por la tauromaquia y por el joven torero cordobés que se convertiría en una de las estrellas más luminosas del universo taurino. Estoy seguro de que su espantosa muerte cinco años después en Linares lo afectó tanto como a cualquier otro aficionado.

            Willem Wagenaar dejó España en el verano de 1942 y regresó a los Países Bajos, donde fundó otra nueva escuela de arte y tomó parte en la resistencia contra la ocupación alemana. Murió en 1999.