por Pieter Hildering
No hace mucho recibí una llamada de una señora que se me presentó diciendo que le había dado mi número el Instituto Cervantes, la institución cultural internacional española. Les había llamado por teléfono para preguntar si podían facilitarle las direcciones de revistas taurinas en España. En lo que se refiere al Instituto, los toros no es cultura, y entonces me la derivaron a mí. Me dijo que era sobrina del artista holandés Willem Wagenaar (1907-1999). Años después de vaciar su estudio, la familia quería vender parte de su obra. Su madre, hermana del artista, era dueña de dos retratos. Uno de ellos mostraba a una dama distinguida, supuestamente íntima amiga del matador. El otro retrato era de un torero. En el reverso, escrito con tinta negra, figuraba la siguiente leyenda: Córdoba, Manolete, 1942. La familia esperaba vender los cuadros poniendo un anuncio en una revista taurina española. ¿Podría yo ayudarlos?
Por un momento no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Estaba hablando esta mujer del retrato de uno de los toreros más venerados de la historia? ¿Un retrato que nadie en el enorme universo taurino había visto ni conocido? ¿Un anuncio en una revista taurina? ¿Qué estaba pensando? ¡Este descubrimiento causaría sensación! ¡Estas pinturas deberían estar en un museo español! ¡Los cordobeses deberían verlos! ¿Podría por favor enviarme una fotografía del cuadro? Pero, ¿quién fue realmente Willem Wagenaar?
Fue un artista holandés quien se hizo conocido como pintor surrealista. Ganar el concurso de arte Prix de Rome le proporcionó los fondos suficientes para viajar al norte de África y España. En Córdoba debió conocer a Manuel Rodríguez, “Manolete” y a su amiga (aunque sin prueba definitiva, la mujer en el retrato podría ser la actriz Lupe Sinó, la novia del torero) y los convenció para que posaran para él. ¿O entró en la plaza de toros para verle actuar en una corrida de toros? ¿Era la dama alguien que había visto en los tendidos?
En 1942 Manolete, cuando tenía 25 años, ya era un famoso torero. El comienzo de su carrera se vio seriamente obstaculizada por el estallido de la Guerra Civil española, en la que sirvió como ametrallador en el frente cordobés. Una vez finalizada la guerra, recibió la alternativa en 1939 en Sevilla. Aunque este período de posguerra estuvo marcado por una lidia de toros muchos de los cuales no llegaban a los cuatro años cumplidos, la estrella de Manolete alcanzó alturas desconocidas. Actuó en más de 70 corridas cada temporada, mientras en 1943 y 1944 se colocó a la cabeza del escalafón taurino. Aún ahora, en el 75 aniversario de su muerte por la cornada del toro Islero de Miura en la antigua plaza de toros de Linares, “El Monstruo” como se le llamaba (o “El Cuarto Califa del Toreo”) sigue siendo venerado como uno de los iconos más sagrados del toreo.
A mi pedido recibí dos pequeñas fotos en blanco y negro. Uno era el retrato de un torero vestido de gala. El otro mostraba a una dama española que sostenía un abaníco y vestía una mantilla de encaje negro sostenida por una peineta. Quizá la cara de Manolete no era como la que conocíamos en sus muchas fotografías, en el cuadro destacaba su característica expresión triste mientras que el detalle en la textura de su traje de luces fue bien dibujado. El vestido andaluz de la mujer, su peineta y su abanico estaban pintados con una precisión tan fina que casi se volvían tridimensionales.
Lamentablemente, el sueño no duró. Unos días después, recibí una segunda carta en la que la sobrina del artista se disculpaba diciendo: “Cuando le dije a mi madre lo interesado que estabas, de repente se dio cuenta de lo apegada que estaba ella a las pinturas de su hermano. Si alguna vez los vendiera, lo haría de manera póstuma. Lo siento si te vi vanas esperanzas”.
Poco después de conocer el retrato desconocido, una pequeña exposición en una de las salas del Museo Central en la ciudad holandesa de Utrecht, presentó la vida y obra del pintor surrealista Willem Wagenaar. En una pared se podía ver el retrato de Manolete y en otro el de su distinguida compañera andaluza.
Hoy no tengo ni idea de dónde están los retratos. La mujer nunca me volvió a llamar y el museo me dijo que los cuadros no formaban parte de su colección. Tal vez, volvieron a la familia, o forman parte de una colección privada, pero es una pena que nunca se hayan difundido en el ambiente taurino. Un retrato del gran Manolete vale más que permanecer en el anonimato.

